Por el Dr. Jaña Gaete
doctorjanagaete@gmail.com
Reconozco que la palabra es fea cuando se ve escrita, pero reconozcan también los huevones calientes que me leen, que así las llama uno. En mi caso no es despectivo, no podría serlo porque básicamente las quiero… fue con una puta vieja que inicié mis años de pendejo cachondo hace ya una buena chorrera de años y últimamente ha sido con putitas jóvenes que he podido encontrar un poco de ese otro cariño, tan necesario para que un viejo de vez en cuando pueda caminar por la calle con la satisfacción del deber cumplido.
Me gustan las putas calameñas, me gusta ese espacio de diversidad que se forma en el centro de Calama, esa mezcla de colores, olores y formas de un ramillete de mujeres dispuestas a parar la olla con el sudor del poto. Santiaguinas, Porteñas, de Concepción, de Valdivia, de Temuco, de Punta Arenas (todavía me caliento cuando me acuerdo de Penélope, mi “enfermera magallánica”), colombianas, ecuatorianas, bolivianas, peruanas, argentinas y por supuesto uno que otro chorito nacido y criado en este desierto, nos muestran una radiografía del continente profundo.
Aquí el puterío, esta cruzado por la falta de pudor. En ese sentido ni siquiera mi Valparaíso natal es tan abierto para mostrar la prostitución como Calama. Aquí a las minas les importa una raja que las vean, no están ni ahí con andar arrancando, total si llegan los pacos, una buena chupada en la comisaría y a la media hora ya están listas para seguirlo haciendo en un auto por unas pocas monedas.
Por definición uno debe meterse por lo menos una vez en la vida con una putita, porque es distinto. Tal como no faltan los huevones (me incluyo) que alguna vez creyeron que tener sexo cuando uno esta enamorado es más rico, es distinto; algo similar pasa con el hecho de pagar por pegarse un polvo: también es distinto… sobre todo las primeras veces, porque uno sabe que es bizarro, prohibido, cochino… en el fondo es como venirse a vivir a Calama, rasca, pero desafiante.
También hay una variante para los más atrevidos: ir a servirse un “tiburón” por las inmediaciones de la calle Vargas, ahí si que la cosa es de guapos, porque cuando le sacas el calzón te arriesgas a que aparezca una sorpresa. Un viejo culiao, pero muy amigo mío, me confesó hace unos 10 años que una vez le tocó sorpresa, pero tenía tanta habilidad con la boca el travesti, que olvidó los 20 centímetros de “interferencia” que aparecieron.
A algunos les molesta la prostitución, a mí no. Me da pena, por ellas, por tener que cagarse de frío en invierno mostrando sus culos ya deformes de tanta cacha, para que uno detenga el auto y las pegue por un ratito de olvido. Pero no me molesta.
Lo prefiero así, copando la ciudad con su desfachatez callampera, con sus métodos de seducción cumas, con los labios pintarrajeados con rouges que parecen temperas, por último es más real, más autentico. Me conmueve cada vez que paso frente a la casa de putas que queda en calle Antofagasta con Santa María y las colombianas me hacen fiesta y reparten promesas asegurando una erección que yo dudo si serán capaces de lograr.
Me pongo a pensar en las viejas siúticas y los viejos puteros que se golpean el pecho tratando de cambiar Calama con frases tontas pegadas en los vidrios de los autos, cuando estás cabras se cagan de la risa y les cierran el ojo, porque saben que en la noche cuando ya nadie los vea y no tengan que hacerse los ciudadanos honorables, volverán a sus brazos una vez más, para darles ese ratito de cariño mojado, para hacerlos sentirse importantes mientras tratan de reanimar ese pedazo de carne decadente que les cuelga afectado por decadas de humos tóxicos y falta de cuidado.
Nos vemos en el puti club. Y cuidado con salir pingado.
doctorjanagaete@gmail.com
Reconozco que la palabra es fea cuando se ve escrita, pero reconozcan también los huevones calientes que me leen, que así las llama uno. En mi caso no es despectivo, no podría serlo porque básicamente las quiero… fue con una puta vieja que inicié mis años de pendejo cachondo hace ya una buena chorrera de años y últimamente ha sido con putitas jóvenes que he podido encontrar un poco de ese otro cariño, tan necesario para que un viejo de vez en cuando pueda caminar por la calle con la satisfacción del deber cumplido.
Me gustan las putas calameñas, me gusta ese espacio de diversidad que se forma en el centro de Calama, esa mezcla de colores, olores y formas de un ramillete de mujeres dispuestas a parar la olla con el sudor del poto. Santiaguinas, Porteñas, de Concepción, de Valdivia, de Temuco, de Punta Arenas (todavía me caliento cuando me acuerdo de Penélope, mi “enfermera magallánica”), colombianas, ecuatorianas, bolivianas, peruanas, argentinas y por supuesto uno que otro chorito nacido y criado en este desierto, nos muestran una radiografía del continente profundo.
Aquí el puterío, esta cruzado por la falta de pudor. En ese sentido ni siquiera mi Valparaíso natal es tan abierto para mostrar la prostitución como Calama. Aquí a las minas les importa una raja que las vean, no están ni ahí con andar arrancando, total si llegan los pacos, una buena chupada en la comisaría y a la media hora ya están listas para seguirlo haciendo en un auto por unas pocas monedas.
Por definición uno debe meterse por lo menos una vez en la vida con una putita, porque es distinto. Tal como no faltan los huevones (me incluyo) que alguna vez creyeron que tener sexo cuando uno esta enamorado es más rico, es distinto; algo similar pasa con el hecho de pagar por pegarse un polvo: también es distinto… sobre todo las primeras veces, porque uno sabe que es bizarro, prohibido, cochino… en el fondo es como venirse a vivir a Calama, rasca, pero desafiante.
También hay una variante para los más atrevidos: ir a servirse un “tiburón” por las inmediaciones de la calle Vargas, ahí si que la cosa es de guapos, porque cuando le sacas el calzón te arriesgas a que aparezca una sorpresa. Un viejo culiao, pero muy amigo mío, me confesó hace unos 10 años que una vez le tocó sorpresa, pero tenía tanta habilidad con la boca el travesti, que olvidó los 20 centímetros de “interferencia” que aparecieron.
A algunos les molesta la prostitución, a mí no. Me da pena, por ellas, por tener que cagarse de frío en invierno mostrando sus culos ya deformes de tanta cacha, para que uno detenga el auto y las pegue por un ratito de olvido. Pero no me molesta.
Lo prefiero así, copando la ciudad con su desfachatez callampera, con sus métodos de seducción cumas, con los labios pintarrajeados con rouges que parecen temperas, por último es más real, más autentico. Me conmueve cada vez que paso frente a la casa de putas que queda en calle Antofagasta con Santa María y las colombianas me hacen fiesta y reparten promesas asegurando una erección que yo dudo si serán capaces de lograr.
Me pongo a pensar en las viejas siúticas y los viejos puteros que se golpean el pecho tratando de cambiar Calama con frases tontas pegadas en los vidrios de los autos, cuando estás cabras se cagan de la risa y les cierran el ojo, porque saben que en la noche cuando ya nadie los vea y no tengan que hacerse los ciudadanos honorables, volverán a sus brazos una vez más, para darles ese ratito de cariño mojado, para hacerlos sentirse importantes mientras tratan de reanimar ese pedazo de carne decadente que les cuelga afectado por decadas de humos tóxicos y falta de cuidado.
Nos vemos en el puti club. Y cuidado con salir pingado.
1 comentario:
Estimado Dr. Jaña Gaete:
Ha sido un respiro refrescante dentro del mar de hipocresía que nos envuelve, leer sus sabrosos comentarios acerca de tan requerido oficio que se practica con una profusión inusitada en nuestra querida ciudad, tampoco natal para mí.
En vez de golpearnos el pecho debiéramos ser honestos, pues no hay nada peor que los puteros encubiertos que luego de apuntar con el dedo y lanzar la primera piedra, acuden raudos a satisfacer los deseos carnales con la putita de sus amores, ora en la calle, ora en aquella sórdida schopería, o lisa y llanamente en alguna casa de putas.
Mientras existan huevones calientes , como Ud. mimso, señor lector, el negocio va a existir, y no se trata sólo de falta de oportunidades, pues en países desarrollados la prostitución sigue siendo un buen negocio.
Tenemos que aprender a vivir en la tolerancia, tanto con nuestros vecinos como con nosotros mismos, aceptando nuestro propio "lado b" y no reprimiéndonos, para no llegar a ser otro hipócrita reprimido de esos que tanto daño le hacen a nuestro pequeño país y a nuestra tierra de sol, cobre, y pródigas y variopintas putitas.
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